Julio Cortázar
Estuve tres
semanas en 956; me bastó para descubrir que los
farenses eran cultos, amaban las
puestas de sol y los problemas de ingenio. Me faltaba
conocer su religión, para lo cual solicité datos con los
pocos
vocablos que poseía -pronunciándolos a
través de un silbato de hueso
que fabriqué diestramente-. Me explicaron que
profesaban el
monoteísmo, que el sacerdocio no estaba aún
del todo desprestigiado
y que la ley moral les mandaba ser pasablemente buenos.
El problema
actual parecía consistir en Illi. Descubrí
que Illi era un farense con pretensiones de acendrar la fe en los sistemas
vasculares ("corazones"
no sería morfológicamente exacto) y que
estaba en camino de
conseguirlo.
Me llevaron
a un banquete que los distinguidos de 956 le ofrecieron a
Ili. Encontré al heresiarca en lo alto de la pirámide
(mesa, en Faros)
comiendo y predicando. Lo escuchaban con atención,
parecían adorarlo, mientras Illi hablaba y hablaba.
Yo no conseguía
entender sino pocas palabras. A través de ellas
me formé una alta idea de
Illi. Repentinamente creí estar viviendo un anacronismo, haber retrocedido
a las épocas terrestres en que se
gestaban las religiones definitivas. Me acordé
del Rabbi Jesús.
También el Rabbi Jesús hablaba, comía
y hablaba, mientras los
demás lo escuchaban con atención y parecían
adorarlo.
Pensé:
"¿Y si éste fuera también Jesús? No es novedad
la hipótesis
de que bien podría el Hijo
de Dios pasearse por los planetas convirtiendo
a los universales. ¿Por qué iba a dedicarse
con exclusiviad a la tierra?
Ya no estamos en la era geocéntrica; concedámosle
el derecho a cumplir
su dura misión en todas partes."
Illi seguía
adoctrinando a los comensales. Más y más me pareció
que aquel farense podía ser Jesús. "Qué
tremenda tarea", pensé.
"Y monótona, además. Lo que falta saber
es si los seres reaccionan
igualmente en todos lados. ¿Lo crucificarían
en Marte, en Júpiter,
en Plutón...?"
Hombre de la
Tierra, sentí nacerme una vergüenza retrospectiva.
El Calvario era un estigma coterráneo, pero también
una definición. Probablemente habíamos sido los únicos
capaces de una villanía
semejante ¡Clavar en un madero al hijo de Dios...!
Los farenses,
para mi completa confusión, aumentaban las muestras
de su cariño; prosternados (no intentaré
describir el aspecto que tenían) adoraban al
maestro. De pronto, me pareció que Illi levantaba todas
las
patas a la vez (y las patas de un farense son diecisiete).
Se crispó en el aire
y cayó de golpe sobre la punta de la pirámide
(la mesa). Instantáneamente quedó negro y callado;
pregunté, y me dijeron que estaba muerto.
Parece que le habían puesto veneno en la
comida.