Julio Cortázar
La vuelta al día en ochenta mundos
Viaje a un país de cronopios
Lo primero que se nota al entrar en el avión de
los cronopios es que estos cronopios tienen muy pocos aviones y se ven
obligados a aprovechar lo
más posible el espacio, con lo cual este avión
se parece más bien a un ómnibus, pero eso no impide que a
bordo prolifere una gran alegría
porque casi todos los pasajeros son cronopios y algunas
esperanzas que regresan a su país, y los otros son cronopios extranjeros
que al principio contemplan bastante estupefactos el entusiasmo de los
que vuelven a su
país hasta que al final aprenden a divertirse
a la manera de los otros
cronopios y en el avión reina un clima de conversatorio
sólo comparable
al estrépito de sus venerables motores que es
propiamente la muerte en
tres tomos.
Manda decir el capi que abajo todos y que hay retraso de dos horas.
Es un hecho
conocido que los cronopios no se preocupan por cosas
así, puesto que en seguida piensan que la compañía
les va a servir grandes vasos de jugos de diferentes colores en el bar
del aeropuerto, sin contar
que podrán seguir comprando tarjetas postales
y enviándolas a otros cronopios, y no solamente sucede todo eso
sino que además la compañía
les manda servir una cena suculenta a las once de la
noche y los cronopios pueden así cumplir uno de los sueños
de su vida, que es comer con una
mano mientras escriben tarjetas postales con la otra.
Luego vuelven al
avión que tiene un aire de querer volar, y en
seguida la aeromoza les trae mantas azules y verdes y hasta los arropa
con sus lindas manos y apaga
la luz a ver si se callan un poco, cosa que sucede bastante
más tarde con
gran indignación de las esperanzas y de unos cuantos
cronopios extranjeros que están acostumbrados a dormirse apenas
les apagan la luz en cualquier parte.
Desde luego
el cronopio viajero ya ha ensayado todos los botones
y palanquitas a su alcance, porque eso le produce una
gran felicidad, pero
vano es su deseo de que al apretar el botón correspondiente
venga la aeromoza a traerle otro poco de jugo o a arroparlo mejor en la
manta
verde que le ha tocado, porque muy pronto se comprueba
que la
aeromoza está durmiendo como un osito a lo largo
de los tres asientos
que con gran astucia siempre se reservan las aeromozas
en esas circunstancias. Apenas el cronopio ha decidido resignarse y dormir,
se encienden todas las luces y un camarero se pone a distribuir bandejas,
con lo cual el cronopio y su mujer se frotan las manos
y dicen así, a saber:
Nada comparable
a un buen desayuno después de un sueño
reparador, sobre todo si viene con tostadas.
Tan comprensibles
ilusiones se ven cruelmente diezmadas por el camarero, que empieza a distribuir
bebidas con nombres misteriosos y poéticos tales como añejo
en la roca, que hace pensar en una estampa
con un viejo pescador japonés, o mojiito, que
también hace pensar en
algo japonés. En todo caso al cronopio le parece
extraordinario que los
hayan arrancado del sueño con el solo objeto de
sumirlos inmediatamente
en el delirio alcohólico, pero no tarda en comprender
que todavía es peor puesto que la aeromoza aparece con bandejas
donde entre otras cosas hay una tortilla, un helado de almendra y un plátano
de aplastantes dimensiones. Como apenas hacen cinco horas que la compañía
les ha servido una cena completa en el aeródromo, al cronopio esta
comida le parece más bien innecesaria, pero el camarero le explica
que nadie podía prever que
cenarían tan tarde y que si no le gusta no la
coma, cosa que el cronopio considera inadmisible, y así tras de
absorber la tortilla y el helado con
gran perseverancia, se guarda el plátano en el
bolsillo interior izquierdo
del saco, mientras su mujer hace lo mismo en el bolso.
Esta clase de
episodios tiene la virtud de acortar los viajes en el
avión de los cronopios,
y es así que después de una escala en Gander
donde no sucede nada
digno de mención, porque el día en que
suceda algo en un sitio como
Gander será tan insólito como si una marmota
ganara un torneo de ajedrez,
el avión de los cronopios entra en cielos muy
azules, y por debajo hay un
mar todavía más azul, y todo se pone tan
azul por todas partes que los cronopios saltan entusiasmados, y de pronto
se ve un palmar y uno de
los cronopios grita que ya no le importa si el avión
se cae, proclamación patriótica recibida con cierta reserva
por parte de los cronopios extranjeros
y sobre todo de las esperanzas, y así es como
se llega al país de los
cronopios.