Alejo Carpentier
La Habana, Cuba, Diciembre 26 1904 - Abril 24 1980
Los Pasos Perdidos
(Fragmentos)
I
Había
grandes lagunas de semanas y semanas en la crónica de mi
propio existir; temporadas que no me dejaban un recuerdo
válido, la huella
de una sensación excepcional, una emoción
duradera; días en que todo
gesto me producía la obsesionante impresión
de haberlo hecho antes en circunstancias idénticas -de haberme sentado
en el mismo rincón, de haber contado la misma historia, mirando
al velero preso en el cristal de un pisapapel. Cuando se festejaba mi cumpleaños
en medio de las mismas
caras, en los mismos lugares, con la misma canción
repetida en coro, me asaltaba invariablemente la idea de que esto sólo
difería del cumpleaños anterior en la aparición de
una vela más sobre un pastel cuyo saber era idénticos al
de la vez pasada.Subiendo y bajando la cuesta de los días,
con la misma piedra en el hombro, me sostenía
por obra de un impulso adquirido a fuerza de paroxismos -impulso que cedería
tarde o temprano,
en una fecha que acaso figuraba en el calendario del
año en curso-. Pero evadirse de esto, en el mundo que me hubiera
tocado en suerte, era tan imposible como tratar de revivir, en estos tiempos,
ciertas gestas de
heroísmo o de santidad. Habíamos caído
en la era del Hombre-Avispa,
del Hombre-Ninguno, en que las almas no se vendían
al Diablo, sino al Contable o al Cómitre.
(...)
Roto el desaforado
ritmo de mis días, liberado por tres semanas,
de la empresa nutricia que me había comprado ya
varios años de vida, no sabía como aprovechar el ocio. Estaba
como enfermo de súbito descanso, desorientado en calles conocidas,
indeciso ante deseos que no acababan de serlo.
(...)
Encuentro
trivial, en cierto modo, como son, aparentemente todos
los encuentros cuyo verdadero significado sólo
se revelará más tarde, en
el tejido de sus implicaciones... Debemos buscar el comienzo
de todo, de seguro, en la nube que reventó en lluvia aquella tarde,
con tan inesperada violencia que sus truenos parecían truenos de
otra latitud.
Siempre que
yo veía colocarse los instrumentos de una orquesta sinfónica
tras de sus atriles, sentía una aguda expectación del instante
en que el tiempo dejara de acarrear sonidos incoherentes
para verse
encuadrado, organizado, sometido a una previa voluntad
humana,
que hablaba por los gestos del Medidor de su Transcurso.
Este último obedecía, a menudo, a disposiciones tomadas de
un siglo, dos siglos
antes. Pero bajo las carátulas de las particellas
se estampaban en signos
los mandatos de hombres que aún muertos, yacentes
bajo mausoleos
pomposos o de huesos perdidos en el sórdido desorden
de la fosa común, conservaban derechos de propiedad sobre el tiempo,
imponiendo lapsos
de atención o de fervor a los hombres del futuro.
VI
Era como si
estuviera cumpliendo la atroz condena de andar por
una eternidad entre cifras, tablas de un gran calendario
empotradas en
las paredes -cronología de laberinto, que podía
ser la de mi existencia,
con su perenne obsesión de la hora, dentro de
una prisa que sólo servía
para devolverme cada mañana, al punto de partida
de la víspera.
XI
Silencio
es palabra de mi vocabulario. Habiendo trabajado
la música, la he usado más que los hombres
de otros oficios. Sé
cómo puede especularse con el silencio; cómo
se le mide y
encuadra. Pero ahora, sentado en esta piedra, vivo el
silencio; un silencio venido de tan lejos, espeso de tantos silencios,
que en él cobraría la palabra un fragor de creación.
Si yo dijera algo, si yo
hablara a solas, como a menudo hago, me asustaría
a mí mismo.
XIX
Con el transtorno
de las apariencias, en esta sucesión de pequeños espejismos
al alcance de la mano, crecía en mí una sensación
de
desconcierto, de extravío total, que resulta indeciblemente
angustiosa.
Era como si me hicieran dar vueltas sobre mí mismo,
para atolondrarme, antes de situarme en los umbrales de una morada secreta.(...)
Empezaba a
tener miedo. nada me amenazaba. Todos parecían tranquilos en torno
mío; pero un miedo indefinible, sacado de los
trasmundos del instinto, me hacía respirar a lo
hondo, sin hallar nunca
el aire suficiente.
XXVIII
Llego a preguntarme a veces si las formas superiores de
la emoción
estética no consistirán, simplemente, en
un supremo entendimiento de
lo creado. Un día, los hombres descubrirán
un alfabeto en los ojos de
las calcedonias, en los pardos terciopelos de la falena,
y entonces se
sabrá con asombro que cada caracol manchado era,
desde siempre,
un poema.
XXXIX
... Porque la única raza que está impedida
de desligarse de las fechas es
la raza de quienes hacen arte, y no sólo tienen
que adelantarse a un ayer inmediato, representado en testimonios tangibles,
sino que se anticipan al canto y forma de otros que vendrán después,
creando nuevos testimonios tangibles en plena conciencia de lo hecho hasta
hoy.