Extracción de la piedra
de la locura (1968)
IV
Hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer una
voz humana
sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el
bosque.
Si vieras a la que sin ti duerme en un jardín en ruinas en la memoria.
Allí yo, ebria de mil muertes,
hablo de mí conmigo sólo por saber si es
verdad que estoy debajo de la hierba.
No sé los nombres. ¿A quién le
dirás que no sabes? Te deseas
otra. La otra que eres se desea otra.
¿Qué pasa en la verde
alameda? Pasa que no es verde y ni siquiera hay
una alameda. Y ahora juegas a ser
esclava para ocultar tu corona
¿otorgada por quién?,
¿quién te a ungido?, ¿quién te ha consagrado?
El invisible pueblo de la memoria
más vieja. Perdida por propio designio,
has renunciado a tu reino por las
cenizas. Quien te hace doler te recuerda antiguos homenajes. No obstante,
lloras funestamente y evocas tu locura
y hasta quisieras extraerla de
ti como si fuese una piedra, a ella,
tu solo privilegio. En un muero
blanco dibujas las alegorías del reposo,
y es siempre
una reina loca que yace bajo la luna, no hables de la rosa,
no hables
del mar. Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu
médula y
hace luces y sombras en tu mirada, habla del dolor incesante
de tus huesos,
habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación,
de tu traición. Es tan oscuro,
tan en silencio el proceso a que me obligo.
Oh habla
del silencio.
De repente poseída por un funesto presentimiento de un viento
negro que impide respirar, busqué
el recuerdo de alguna alegría que
me sirviera de escudo, o de arma
de defensa, o aun de ataque.
Parecía el Eclesiastés:
busqué en todas mis memorias
y nada, nada debajo
de la aurora
de dedos negros. Mi oficio (también en el sueño lo ejerzo)
es conjurar y exorcizar.
¿A qué hora empezó
la desgracia? No quiero saber.
No quiero más que
un silencio para mí y las que
fui, un silencio como la
pequeña choza que encuentran en el bosque los niños perdidos.
Y qué sé yo qué
ha de ser mí si
nada rima con nada.
Te despeñas. Es el sinfin desesperante, igual y no obstante
contrario la noche de los cuerpos
donde apenas un manantial cesa
aparece otro que reanuda el fin
de las aguas.
Sin el perdón de las aguas no puedo vivir. Sin el mármol
final del
cielo no puedo morir.
En ti es de noche. Pronto asistirás al animoso encabritarse del
animal que eres. Corazón
de la noche, habla.
Haberse muerto en quien se era y en quien se amaba, haberse y no
haberse dado vuelta como un cielo
tormentoso y celeste al mismo tiempo.
Hubiese querido más que esto y a la vez nada.
Va y viene diciéndose solo en solitario vaivén. Un perderse
gota a
gota el sentido de los días.
Señuelos de conceptos. Trampas de vocales.
La razón me
muestra la salida del escenario donde levantaron una iglesia
bajo la lluvia:
la mujer-loba deposita a su vástago en el umbral y huye.
Hay una luz
tristísima de cirios acechados por un soplo maligno.
Llora la niña loba. Ningún
dormido la oye. Todas las pestes y las plagas
para los que duermen
en paz.
Esta voz ávida venida de antiguos plañidos. Ingenuamente
existes,
te disfrazas
de pequeña asesina, te das miedo frente al espejo.
Hundirme en la
tierra y que la tierra se cierre sobre mí. Éxtasis innoble.
Tú sabes que te
han humillado hasta cuando te mostraban
el sol.
Tú sabes que nunca
sabrás defenderte, que sólo
deseas presentarles
el trofeo, quiero decir tu cadáver,
y que se lo coman y se lo beban.
Las moradas del consuelo, la consagración de la inocencia,
la alegría inadjetivable
del cuerpo.
Si de pronto una pintura se anima y el niño florentino que miras
ardientemente extiende una mano
y te invita a permanecer a su lado
en la terrible dicha de ser un
objeto a mirar y admirar. No (dije),
para ser dos hay
que ser distintos. Yo estoy fuera del marco pero el
modo de ofenderse
es el mismo.
Briznas, muñecos sin cabeza, yo me llamo, yo me llamo toda la
noche. Y
en mi sueño un carromato de circo lleno de corsarios muertos
en sus ataúdes. Un momento
antes, con bellísimos atavíos y parches
negros en el ojo, los capitanes
de un bergantín a otro como olas,
hermosos como soles.
De manera que soñé capitanes y ataúdes de colores
deliciosos y
ahora que tengo miedo a causa de
todas las cosas que guardo, no un
cofre de piratas,
no un tesoro bien enterrado, sino cuantas
cosas en movimiento, cuantas pequeñas figuras azules y doradas gesticulan
y
danzan (pero decir no
dicen), y luego está el espacio
negro -déjate caer,
déjate caer-, umbral de
la más alta inocencia o tal
vez tan sólo de la locura. Comprendo mi miedo a
una rebelión de las pequeñas figuras azules y
doradas. Alma partida,
alma compartida, he vagado y errado
tanto para
fundar uniones con el
niño pintado en tanto que objeto
a contemplar,
y no obstante, luego de analizar
los colores y las formas, me encontré haciendo el amor con un muchacho
viviente en el mismo momento que
el del cuadro se desnudaba
y me poseía detrás de
mis párpados cerrados.
Sonríe y yo soy una minúscula marioneta rosa con un paraguas
celeste yo entro por su sonrisa
yo hago mi casita en su lengua yo habito
en la palma de
su mano cierra sus dedos un polvo dorado un poco de
sangre adiós oh adiós.
Como una voz no lejos de la noche arde el fuego
más exacto. Sin
piel ni huesos andan los animales por
el bosque hecho cenizas. Una vez el canto de un solo pájaro te había
aproximado al calor
más agudo. Mares y diademas,
mares y serpientes. Por favor, mira cómo
la pequeña calavera
de perro suspendida del cielo raso
pintado de azul se balancea con hojas secas
que tiemblan en torno a ella. Grietas y agujeros
en mi persona escapada
de un incendio. Escribir es buscar en el tumulto
de los quemados
el hueso del brazo que corresponda al hueso de la pierna.
Miserable mixtura. Yo restauro,
yo reconstruyo, yo ando así de rodeada
de muerte. Y es sin gracia, sin
aureola, sin tregua. Y esa voz, esa elegía
a una
causa primera: un grito, un soplo, un respirar entre dioses.
Yo relato mi
víspera. ¿Y qué puedes tú? sales de tu guarida
y no entiendes. Vuelves a
ella y ya no importa entender o no. Vuelves a salir y no entiendes. No
hay por donde respirar y tú
hablas del soplo de los dioses.
No me hables del
sol porque me moriría. Llévame como a una princesita ciega,
como cuando lenta y cuidadosamente se hace el otoño en un jardín.
Vendrás a mí
con tu voz apenas coloreada por un acento que me hará
evocar una puerta
abierta, con la sombra de un pájaro de bello nombre,
con lo que esa
sombra deja en la memoria, con lo que permanece cuando avientan
las cenizas de una joven muerta, con
los trazos que duran en
la hoja después
de haber borrado un dibujo que representaba una casa,
un árbol,
el sol y un animal. Si no vino es porque
no vino. Es como hacer
el otoño. Nada esperabas
de su venida. Todo lo esperabas. Vida de tu
sombra ¿qué quieres?
Un transcurrir de fiesta delirante, un lenguaje sin límites, un
naufragio en tus propias aguas, oh avara. Cada hora, cada día,
yo quisiera tener que hablar. Figuras
de cera los otros y sobre todo yo,
que soy más
otra que ellos. Nada pretendo en este
poema si no es
desanudar mi garganta.
Rápido, tu voz más oculta.
Se transmuta, te transmite. Tanto
que hacer y yo me deshago.
Te excomulgan de ti. Sufro, luego
no sé. En el sueño
el rey moría de amor por mí. Aquí, pequeña
mendiga, te inmunizan.
( Y aún tienes cara de niña; varios años más
y no le caerás en gracia ni a los perros.)
La tenebrosa luminosidad de los sueños ahogados. Agua dolorosa.
El sueño demasiado tarde, los caballos blancos demasiado tarde,
el haberme
ido con una melodía demasiado tarde. La melodía pulsaba
mi corazón y yo lloré
la pérdida de mi único bien, alguien me vio llorando
en el
sueño y yo expliqué (dentro de lo posible), con palabras
buenas y
seguras (dentro de lo posible).
Me adueñé de mi persona, la arranqué del hermoso delirio,
la anonadé a fin de serenar el terror que alguien tenía a
que me muriera en su casa.
¿Y yo? ¿A cuántos he salvado yo?
El haberme prosternado ante el sufrimiento de los demás,
el haberme acallado
en honor de los demás.
Retrocedía mi roja violencia elemental. El sexo a flor de corazón,
la vía del
éxtasis entre las piernas. Mi violencia de vientos rojos y de
vientos negros.
Las verdaderas fiestas tienen lugar en el cuerpo y en los sueños.
Puertas del corazón, pero apaleado, veo un templo, tiemblo,
¿que pasa?
No pasa. Yo presentía una escritura
total. El animal palpitaba
en mis brazos
con rumores de órganos vivos, calor, corazón, respiración,
todo musical y silencioso al mismo
tiempo. ¿Qué significa traducirse
en palabras?
Y los proyectos de perfección a largo plazo; medir cada
día la probable elevación
de mi espíritu, la desaparición de mis faltas
gramaticales. Mi sueño es
un sueño sin alternativas y quiero morir
al pie
de la letra del lugar común
que asegura que morir es soñar.
La luz, el
vino prohibido, los vértigos, ¿para quién escribes?
Ruinas de un templo
olvidado. Si celebrar fuera posible.
Visión enlutada, desgarrada, de un jardín con estatuas rotas.
Al filo de la madrugada los huesos
te dolían. Tú te desgarras.
Te lo prevengo y te lo previne.
Tú te desarmas. Te lo digo, te lo dije.
Tú te desnudas. Te
desposees. Te desunes. Te lo predije.
De pronto se deshizo: ningún nacimiento. Te llevas, te sobrellevas.
Solamente tú sabes
de este ritmo quebrantado. Ahora
tus despojos, recogerlos uno a uno,
gran hastío, en
dónde dejarlos. De haberla tenido
cerca, hubiese vendido
mi alma a cambio
de invisibilizarme. Ebria de mí, de la música, de los poemas,
por qué no dije
del agujero de ausencia. En un himno harapiento rodaba el
llanto por mi cara. ¿Y por qué
no dicen algo? ¿Y para qué este
gran
silencio?