Clarice Lispector
Lazos de Familia (Fragmentos)
El tren no partía y ambas esperaban
sin tener qué decirse. La madre
sacó un espejo de su bolso y se examinó
en su sombrero nuevo, comprado
en casa del mismo modisto que su hija. Se miraba poniendo
un aire excesivamente severo en el que no faltaba alguna admiración
por sí misma.
La hija observaba divertida. Nadie más puede amarte
sino yo, pensó la
mujer riendo con los ojos; y el peso de la responsabilidad
le dio en la boca
un gusto de sangre. Como si "madre e hija" fueran vida
y repugnancia.
No, no se podía decir que amaba a su madre. Su
madre le dolía, era eso.
La vieja había guardado el espejo en el bolso,
y la miraba sonriendo.
El rostro ajado y todavía experto parecía
esforzarse en dar a los demás
alguna impresión de la cual el sombrero formaba
parte. El silbato del tren
sonó de repente, hubo un movimiento general de
ansiedad, varias personas corrieron pensando que el tren se iba ya: ¿mamá!
dice la mujer. ¡Catarina! dice la vieja. Ambas se miraban espantadas,
las maletas en la cabeza de un cargador les interrumpía la visión
y un chaval corriendo abriéndose paso empujó el brazo de
Catarina descolocándole el cuello del vestido. Cuando pudieron verse
de nuevo, Catarina estaba en el momento inminente de preguntarle si no
había olvidado algo...
—...¿No he olvidado nada? preguntó
la madre.
Traducción de Elizabeth Burgos
Recebi uma lição de um de meus filhos,
antes dele fazer 14 anos.
Haviam me telefonado avisando que uma moça que
eu conheci ia tocar
na televisão, transmitido pelo Ministério
da Educação. Liguei a televisão
mas em grande dúvida. Eu conhecera essa moça
pessoalmente e ela era excessivamente suave, com voz de criança,
e de um feminino-infantil.
E eu me perguntava: terá ela força no piano?
Eu a conhecera num
momento muito importante: quando ela ia escolher a "camisola
do dia"
para o casamento. As perguntas que me fazia eram de uma
franqueza
ingênua que me surpreendia. Tocaria ela piano?
Começou. E, Deus, ela possuía a força. Seu rosto era
um outro, irreconhecível. Nos momentos
de violência apertava violentamente os lábios.
Nos instantes de doçura
entreabria a boca, dando-se inteira. E suava, da testa
escorria para o
rosto o suor. De surpresa de descobrir uma alma insuspeita,
fiquei com
os olhos cheios de água, na verdade eu chorava.
Percebi que meu filho,
quase uma criança, notara, expliquei: estou emocionada,
vou tomar um calmante. E ele:
--Você não
sabe diferenciar emoção de nervosismo? Você está
tendo uma emoção.
Entendi, aceitei,
e disse-lhe:
--Não vou
tomar nenhum calmante.
E vivi o que era
para ser vivido.