Pablo Neruda
Parral, Chile, 12 de julio de 1904 - Santiago de Chile, 23 de septiembre de 1973
Estoy hambriento de tu risa resbalada,
de tus manos color de furioso granero,
tengo hambre de la pálida piedra de tus uñas,
quiero comer tu piel como una intacta almendra.
Quiero comer el rayo quemado en tu hermosura,
la nariz soberana del arrogante rostro,
quiero comer la sombra fugaz de tus pestañas
y hambriento vengo y voy olfatendo el crepúsculo
buscándole, buscando tu corazón caliente
(...)
Antes de amarte, amor, nada era mío:
Vacilé por las calles y las cosas:
nada contaba ni tenía nombre:
el mundo era del aire que esperaba.
Yo conocí salones cenicientos,
túneles habitados por la luna,
hangares crueles que se despedían,
preguntas que insistían en la arena.
Todo estaba vacío, muerto y mudo,
caído, abandonado y decaído,
todo era inalienablemente ajeno,
todo era de los otros y de nadie,
hasta que tu belleza y tu pobreza
llenaron el otoño de regalos.
Mienten los que dijeron que yo perdí la luna,
los que profetizaron mi porvrnir de arena,
aseveraron tantas cosas con lenguas frías:
Quisieron prohibir la flor del universo.
"Ya no cantará más el ámbar insurgente
de la sirena, no tiene sino pueblo."
Y masticaban incesantes papeles
patrocinando para mi guitarra el olvido.
Yo les lancé a los ojos las lanzas deslumbrantes
de nuestro amor clavando tu corazón y el mío
Yo reclamé el jazmín que dejaban tus huellas,
Yo me perdí de noche sin luz bajo tus párpados
y cuando me envolvió la claridad
nací de nuevo, dueño de mi propia tiniebla.