De otra máquina célibe
Como es lógico,
la crítica seria sabe que todo esto no es posible,
primero porque el Lyncée era un navío
imaginario, y segundo porque Duchamp y Roussel no se conocieron nunca (Duchamp
cuenta que vio
una sola vez a Roussel en el café de La Régence,
el del poema de César Vallejo, y que el autor de Locus Solus
jugaba al ajedrez con un amigo.
"Creo que omití presentarme", agrega Duchamp).
** Pero hay otros
para quienes esos inconvenientes físicos no desmienten
una realidad más digna de fe. No solamente Duchamp y Roussel viajaron
a Buenos Aires,
sino que en esta ciudad habría de manifestarse
una réplica futura
enlazada con ellos por razones que tampoco la crítica
seria tomaría
demasiado en cuenta. Juan Esteban Fassio abrió
el terreno preparatorio inventando en pleno Buenos Aires una máquina
para leer las Nouvelles impressions d'Afrique en la misma época
en que yo, sin conocerlo,
escribía los primeros monólogos de Persio
en Los premios apoyándome
en un sistema de analogías fonéticas inspirado
por el de Roussel; años
más tarde Fassio se aplicaría a crear una
nueva máquina destinada a la
lectura de Rayuela, completamente ajeno al hecho
de que mis trabajos
más obsesionantes de esos años en París
eran los raros textos de
Duchamp y las obras de Roussel. Un doble impulso abierto
convergía
poco a poco hacia el vértice austral donde Roussel
y Duchamp
volverían a encontrarse en Buenos Aires cuando
un inventor y un
escritor que quizá años atrás también
se habían mirado de lejos en algún
café del centro, omitiendo presentarse, coincidieran
en una máquina concebida por el primero para facilitar la lectura
del segundo. Si el
Lyncée naufragó en las costas africanas,
algunos de sus prodigios
llegaron a estas tierras y la prueba está en lo
que sigue, que se explicará
como en broma para despistar a los que buscan con cara
solemne el
acceso a los tesoros.
Cronopios, vino tinto y cajoncitos
Por Paco y Sara Porrúa,
dos lados del indefinible polígono que va
urdiendo mi vida con otros lados que se llaman Fredi
Guthmann, Jean Thiercelin, Claude Tarnand y Sergio de Castro (puede haber
otros que
ignoro, partes de la figura que se manifestarán
algún día o nunca),
conocí a Juan Esteban Fassio en un viaje a la
Argentina, creo que hacia
1962. Todo empezó como debía, es decir
en el café de la estación de
Plaza Once, porque cualquiera que tenga un sentimiento
sagaz de lo que
es el café de una estación ferroviaria
comprenderá que allí los encuentros
y los desencuentros tenían que darse de entrada
en un territorio marginal,
de tránsito, que eran cosa de borde. Esa
tarde hubo como una oscura voluntad material y espesa, un alquitrán
negativo contra Sara, Paco, mi
mujer y yo que debíamos encontrarnos a esa hora
y nos desencontramos,
nos telefoneamos, buscamos en las mesas y los andenes
y acabamos por reunirnos al cabo de dos horas de interminables complicaciones
y una sensación de estar abriéndonos paso los unos hacia
los otros como en las peores pesadillas en que todo se vuelve postergación
y goma. El plan era
ir desde allí a la casa de Fassio, y si en el
momento no sospeché el sentido
de la resistencia de las cosas a esa cita y a ese encuentro,
más tarde me pareció casi fatal en la medida en que todo
orden establecido se forma en cuadro frente a una sospecha de ruptura y
pone sus peores fuerzas al
servicio de la continuación. Que todo siga
como siempre es el ideal de
una realidad a la medida burguesa y burguesa ella misma
(por ser de
medida); Buenos Aires y especialmente el café
del Once se coaligaron sordamente para evitar un encuentro del que no podía
salir nada bueno
para la República. Pero lo mismo llegamos a la
calle Misiones (hay
nombres que...), y antes de las ocho de la noche estábamos
bebiendo
el primer vaso de vino tinto con el Proveedor Propagador
en la Mesembrinesia Americana, Administrador Antártico y Gran Competente
OGG, además de regente de la cátedra de trabajos prácticos
rousselianos. Tuve en mis manes la máquina para leer las Nouvelles
impressions
d'Afrique, y también la valija de Marcel
Duchamp; Fassio, que hablaba
poco, servía en cambio unos sándwiches
de tamaño natural y mucho
vino tinto, y acabó sacando una kodak del tiempo
de los pterodáctilos
con la que nos fotografió a todos debajo de un
paraguas y en otras
actitudes dignas de las circunstancias. Poco después
volví a Francia,
y dos años más tarde me llegaron los documentos,
anunciados
sigilosamente por Paco Porrúa que había
participado con Sara en la
etapa experimental de la lectura mecánica de Rayuela.
No me parece
inútil reproducir ante todo el membrete y encabezamiento
de la
trascendental comunicación:
Seguían
diversos diagramas, proyectos y diseños, y una hojita con
la explicación general del funcionamiento de la
máquina, así como fotos
de los cientificos de las Subcomisiones Electrónica
y de Relaciones Patabrownianas en plena labor. Personalmente nunca entendí
demasiado
la máquina, porque su creador no se dignó
facilitarme explicaciones complementarias, y como no he vuelto a la Argentina
sigo sin
comprender algunos detalles del delicado mecanismo. Incluso
sucumbo
a esta publicación quizá prematura e inmodesta
con la esperanza de que
algún lector ingeniero descifre los secretes de
la RAYUEL-O-MATIC,
como se denomina la máquina en uno de los diseños
que, lo diré abiertamente, me parece culpable de una frívola
tendencia a introducirla
en el comercio, sobre todo por la nota que aparece al
pie:
Se habrá
advertido que la verdadera máquina es la que aparece
a la izquierda; el mueble con aire
de triclinio es desde luego un auténtico
triclinio, puesto que Fassio comprendió desde
un comienzo que Rayuela
es un libro para leer en la cama a fin de no dormirse
en otras posiciones
de luctuosas consecuencias. Los diseños 4 y 5
ilustran admirablemente
esta ambientación favorable, sobre todo el número
5 donde no faltan ni
el mate ni el porrón de ginebra ( juraría
que también hay una tostadora eléctrica, lo que me parece
una pituquería):
Nunca entenderé
por qué algunos diseños venían numerados
mientras otros se dejaban situar
en cualquier parte, que he imitado respetuosamente. Pienso que éste
dará una idea general de la máquina:
No hay que
ser Werner van Braun para imaginar lo que guardan
las gavetas, pero el inventor ha tenido buen cuidado
de agregar las
instrucciones siguientes:
A Inicia el funcionamiento a partir del capítulo73
(sale la gaveta 73 );
al cerrarse ésta se abre la No. l, y así
sucesivamente. Si se desea
interrumpir la lectura, por ejemplo en mitad del capítulo
16, debe
apretarse el botón antes de cerrar esta gaveta.
B Cuando se quiera reiniciar la lectura a partir
del momento en que
se ha interrumpido, bastará apretar este botón
y reaparecerá la gaveta
No. 16, continuándose el proceso.
C Suelta todos los resortes, de manera que pueda
elegirse cualquier
gaveta con sólo tirar de la perilla. Deja de funcionar
el sistema eléctrico.
D Botón destinado a la lectura del Primer
Libro, es decir, del
capítulo 1 al 56 de corrido. Al cerrar la gaveta
No. 1, se abre la No. 2,
y así sucesivamente.
E Botón para interrumpir el funcionamiento
en el momento que se
quiera, una vez llegado al circuito final: 58 - 131 -
58 - 131 - 58, etcétera.
F En el modelo con cama, este botón abre
la parte inferior, quedando
la cama preparada.
Los diseños
1, 2 y 3 permiten apreciar el modelo con cama,
así como la forma en que
sale y se abre esta última apenas se aprieta
el botón F.
Atento a las previsibles
exigencies estéticas de los consumidores de
nuestras obras, Fassio ha previsto modelos especiales
de la máquina en
estilo Luis XV y Luis XVI.
En la imposibilidad
de enviarme la máquina por razones logísticas,
aduaneras e incluso estratégicas que el Colegio
de Patafisíca no está en condiciones ni en ánimo de
estudiar, Fassio acompañó los diseños con
un gráfico de la lectura de Rayuela (en
la cama o sentado).
La interpretación
general no es difícil: se indican claramente los
puntos capitales comenzando por el de partida (73), el
capítulo emparedado
(55) y Los dos capítulos del ciclo final (58 y
131). De la lectura surge
una proyección gráfica bastante parecida
a un garabato, aunque quizá
los técnicos puedan explicarme algún día
por qué los pesos se
amontonan tanto hacia los capítulos 54 y 64. El
análisis estructural
utilizará con provecho estas proyecciones de apariencia
despatarrada;
yo le deseo buena suerte.
Jean Schuster, Marcel Duchamp, vite, en Bizarre, No. 34/5, 1964
En una referencia complementaria se alude a un
botón G, que el lector
apretará en un caso extremo, y que tiene por función
hacer saltar todo el
aparato.