Nicolás Suescún
Los Cuadernos de N
En esta página pueden encontarse algunos
de los aforismos que conforman el libro, repartidos por capítulos:
N escribe a menudo notas de suicidio como ésta: "Vivir en un lugar que ningún ser humano haya pisado."
N escribe una fábula: "El hombre y el río
del tiempo". Una vez un
hombre se sentó en la ribera de un río
a esperar que se secara. El río
no se secó, pero el hombre no murió de
sed.
Moraleja: Los modernos no podemos hacer fábulas a la antigua.
N sale de su casa con intenciones de suicidarse. Llega
al río, pasa el
puente abstraído, mira hacia atrás y se
devuelve. Se detiene en la mitad
del puente. El río está seco, como si se
hubiera desviado aguas arriba.
Pasa un hombre. N le pregunta:
"Qué se hizo el río?"-"Está ahí,
bajo el puente", responde el hombre.
"Pero dónde está el agua?". "Quién
dijo que aquí los ríos tienen agua?".
Las sábanas:
banderas de paz
en la tregua
del patio.
Una oración de N: "Nadie me ve. Nadie me oye. Nadie
me toca.
Yo no soy. No estoy aquí. Ya no existo. Nunca
nací."
Cuando pensaba en sus primeros años, sabía
que no había cambiado.
N siempre había estado al margen. Había
tenido el punto de vista del
extraño, del invitado por accidente, del colado
en la fiesta.
El Amargo le dijo a su sombra: "Desde hoy no volveré
a jugar contigo".
La sombra le respondió: "Te equivocas, como siempre".
Pero él no oyó
nada, no creía que la sombra hablara.
La solución que usted necesita. Todos se la ofrecían
y le cobraban por
ella. Pero N sabía que la solución estaba
dentro de sí mismo, que no la encontraría nunca, y que nadie
podría ayudarlo.
La línea favorita de N es el zig-zag.
Explogans de N. Convierta sus sueños en millones.
El que nace y
renace se deshace. La unión hace la rosca. Mejor
matar que curar,
más barato. Cultiva los vicios y llegarás
al cielo.
Demasiada imaginación, demasiados ensueños:
¡muerte mía que me
abrazas, millón de horas vacías! Vivir
para vivir es deprimente, vivir
para soñar, peor.
Cuando N toca fondo, sobrenada.
Cuando se interna en la espesura del
bosque, no encuentra un claro,
pero sale a la luz.
Cuando apaga la luz, se ilumina.
Cuando dice estupideces, piensa genialidades.
Cuando dice
genialidades resultan ser estupideces.
Cuando trata de comunicarse, se la
olvida hablar.
Cuando no tiene nada qué decir,
sin embargo, encuentra otra manera
de expresar que no tiene nada qué decir. Es su
último recurso.
Quiere morirse. Quiere vivir. N no sabe lo que quiere.
Sólo quiere
librarse de la vida que le tocó. Se ahoga. No
puede respirar. Su sangre
suena como un río profundo, como el mar que no
cesa. Y tiene miedo.
Se puede ahogar.
Desear el futuro de joven, añorar el pasado de
viejo. Es la venganza del tiempo, complacido en el engaño del que
vivimos esclavos, consumidos
por los años, abuelos, padres e hijos, sirvientes
del padre Tiempo, que a
sí mismo se devora.
Un problema de N era que todo era un problema. Pero los
resolvía,
a su modo. No se ahogaba en un vaso de agua. Nadaba hasta
el borde
del vaso, y saltaba: un clavado perfecto. La caída,
sin embargo, era
excesiva. Parecía no terminar nunca.
Para pasar sus eternas horas de soledad había inventado
un juego.
Jugaba a las escondidas consigo mismo. Se ocultaba detrás
del sofá
(cuando lo tuvo), en el closet, debajo de la cama...
y esperaba.
Entonces su otro yo lo encontraba, siempre lo encontraba.
Nunca
podía ganarle. Pero lo divertido era esconderse,
y vivir horas de
suspenso.
El joven tenía idiomas, presencia, y un aura de
aristócrata. Estaba
hecho. ¿Dónde había oído
eso? ¿Lo habían dicho de él? ¿De él,
que no terminaba de hacerse, o que más bien se deshacía?
Lo agotaba la diaria metamorfosis. Tenía el alma cada vez más
arrugada, y el metabolismo amalgamado. Era un ángel que nunca tuvo
alas. Oía músicas esotéricas.
Decía que la oscuridad dominaba la tierra y que
al planeta le esperaban tiempos difíciles. En realida buscaba lo
real en lo irreal. Quería dejar un
surco en las aguas, ser como una de esas dunas del desierto
que siempre
está ahí, bajo el viento y las tormentas,
inconmovibles.
Lo más prudente era responder con preguntas. N
trataba de hacer el
mayor número. Era cosa de nunca acabar. Preguntas
van, preguntas
vienen.
Yo vengo de no sé dónde
y voy hacia el mismo sitio
aunque no sepa si el camino
va para allá o se aleja.
Silencio. Pero nunca un silencio real. Siempre el inestable,
el
sorprendente corazón de la gran ciudad. Sus calles
recorridas por
vehículos endemoniados, sus casas enchidas por
los deseos
descabellados de los soñadores que medio la habitan.
Aquí reina la noche entre mí mismo, y el
ayer cae, la noche cae, todo
cae irremisiblemente, las piedras y los relojes, los
hombres y sus sillas,
y los ángeles.
Cómo se podría definir a ese ser alienado,
al margen, el eterno
"outsider", el que está afuera, el que no comparte,
pero desea
más que todo darlo todo, la vida, su propia continuación,
para
hacer que el mundo sea mejor. Aunque nadie lo sepa, aunque
sea una perogrullada.