Durante seis
años la condesa asesinó impunemente. En el transcurso
de esos años, no habían cesado de correr
los más tristes rumores a su respecto. Pero el nombre Báthory,
no sólo ilustre sino activamente
protegido por los Habsburgo, atemorizaba a los probables
denunciadores. Hacia 1610 el rey tenía los más siniestros
informes --acompañados de pruebas-- acerca de la condesa. Después
de largas vacilaciones, decidió
tomar severas medidas. Encargó al poderoso palatino
Thurzó que indagara
los luctuosos hechos de Csejthe y castigase a la culpable.
En compañia de
sus hombres armados, Thurzó llegó al castillo
sin anunciarse. En el
subsuelo, desordenado por la sangrienta ceremonia de
la noche anterior, encontró un bello cadáver mutilado y dos
niñas en agonía. No es esto
todo. Aspiró el olor a cadáver; miró
los muros ensangrentados; vió la
"Virgen de Hierro", la jaula, los instrumentos de tortura,
las vasijas con
sangre reseca, las celdas --y en una de ellas a un grupo
de muchachas
que aguardaban su turno para morir y que le dijeron que
después de
muchos días de ayuno les habían servido
una cierta carne asada que había pertenecido a los hermosos cuerpos
de sus compañeras muertas... La condesa, sin negar las acusaciones
de Thurzó, declaró que todo aquello
era su derecho de mujer noble y de alto rango. A lo que
respondió el palatino:... te condeno a prisión perpetua dentro
de tu castillo. Desde su corazón, Thurzó se diría
que había que decapitar a la condesa, pero un castigo tan ejemplar
hubiese podido sucitar la reprobación no sólo respecto
a los Báthory sino a los nobles en general. Mientras
tanto, en el aposento
de la condesa, fue hallado un cuadernillo cubierto por
su letra con los
nombres y las señas particulares de sus víctimas
que allí sumaban 610...
En cuanto a los secuaces de Erzébet, se los procesó,
confesaron hechos increíbles, y murieron en la hoguera. La prisión
subía en torno suyo. Se muraron las puertas y las ventanas de su
aposento. En una pared fue practicada una ínfima ventanilla por
donde poder pasarle los alimentos.
Y cuando todo estuvo terminado erigieron cuatro patíbulos
en los ángulos
del castillo para señalar que allí vivía
una condenada a muerte. Así vivió
más de tres años, casi muerta de frío
y de hambre. Nunca comprendió
por qué la condenaron. El 21 de agosto de 1614,
un cronista de la época escribía: Murió hacia el anochecer,
abandonada de todos. Ella no sintió
miedo, no tembló nunca. Entonces, ninguna compasión
ni admiración por
ella. Sólo un quedar en suspenso en el exceso
del horror, una fascinación
por un vestido blanco que se vuelve rojo, por la idea
de un absoluto desgarramiento, por la evocación de un silencio constelado
de gritos en
donde todo es la imagen de una belleza inaceptable. Como
Sade en sus escritos, como Gilles de Rais en sus crímenes, la condesa
Báthory alcanzó, más alla de todo límite, el
último fondo del desenfreno. Ella es una prueba más de que
la libertad absoluta de la criatura humana es horrible.