Alejandra Pizarnik
La
Condesa
Sangrienta
La perversión sexual y la demencia de la condesa Báthory son tan evidentes que Valentine Penrose se desentiende de ellas para concentrarse exclusivamente en la belleza convulsiva del personaje.
No es fácil
mostrar esta suerte de belleza. Valentine Penrose,
sin embargo, lo ha logrado, pues juega admirablemente
con los valores estéticos de esta tenebrosa historia. Inscibe el
reino subterráneo
de Erzébet Báthory en la sala de torturas
de su castillo medieval: allí,
la siniestra hermosura de las criaturas nocturnas se
resume en una
silenciosa de palidez legendaria, de ojos dementes, de
cabellos de color suntuoso de los cuervos.
Un conocido
filósofo incluye los gritos en la categoría del silencio.
Gritos, jadeos, imprecaciones, forman una "sustancia silenciosa", la de
este subsuelo es maléfica. Sentada en su trono,
la condesa mira torturar
y oye gritar. Sus viejas y horribles sirvientas son figuras
silenciosas que
traen, fuego, cuchillos, agujas, atizadores; que torturan
muchachas, que
luego las entierran. Como el atizador o los cuchillos,
esas viejas son instrumentos de una posesión. Esta sombría
ceremonia tiene una sola espectadora silenciosa.