Olga Orozco
Es este cielo que huye.
Es este territorio engalanado por las burbujas de la
muerte.
Es esta larga mesa a la deriva
donde los comensales persisten ataviados por el prestigio
de no estar.
A cada cual su copa
para medir el vino que se acaba donde empieza la sed.
A cada cual su plato,
para encerrar el hambre que se extingue sin saciarse
jamás
Y cada dos la division del pan:
el milagro al revés, la comunión tan solo
en imposible.
en medio del amor,
entre uno y otro cuerpo la caída,
algo que se asemeja al latido sombrio de unas aIas que
desde la eternidad,
al pulso del adiós debajo de la tierra.
La realidad, sí, la realidad:
un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo.
Se necesita sólo tu corazón
hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol de brasas para
la idolatría.
Nada más que un indefenso corazón enamorado.
Déjalo a la intemperie,
donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza
loca
y no pueda dormir,
donde el viento y la lluvia dejen
caer su látigo en un golpe de azul escalofrío
sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos,
donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías
y no logre olvidar.
Arrójalo después desde lo alto de su amor
al hervidero de la bruma.
Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra,
y escarba, escarba en el con una aguja fría hasta
arrancar el último grano de esperanza.
Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga,
que lo sacuda el trote ritual de la alimaña
que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus
antiguas glorias.
Y cuando un día un año lo aprisione con
la garra de un siglo,
antes que sea tarde,
antes que se convierta en momia deslumbrante,
abre de par en par y una por una todas sus heridas:
que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo,
que plaña su delirio en el desierto,
hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él
con la furia del hambre:
un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío.
si sobrevive aún,
si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen
de tu demonio o de tu dios:
he ahí un talismán más inflexible
que la ley,
más fuerte que las armas y el mal del enemigo.
Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a
un centinela
Pero vela con él.
Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra:
puede ser tu verdugo.
¡El inocente mostruo, el insaciable comensal de
tu muerte!