Julio Cortázar
Viaje a un país de cronopios
Los cronopios
viven en diversos países, rodeados de una gran
cantidad de famas y de esperanzas,
pero desde hace un tiempo hay un
país donde los cronopios
han sacado las tizas de colores que siempre
llevan consigo y han dibujado un
enorme se acabó en las paredes de los famas, y con
letra más pequeña y compasiva la palabra decídete
en las paredes de las esperanzas, y como consecuencia de la conmoción
que
han provocado estas inscripciones,
no cabe la menor duda de que
cualquier cronopio tiene que hacer
todo lo posible para ir inmediatamente
a conocer ese país.
Cuando se ha
decidido ir inmediatamente a conocer ese país,
lo primero que sucede es que la
embajada del país de los cronopios
comisiona a varios de sus empleados
para que faciliten el viaje del
cronopio explorador, y por lo regular
este cronopio se presenta a la
embajada donde tiene lugar el diálogo
siguiente, a saber:
Buenas salenas cronopio cronopio.
Buenas salenas,
usted saldrá en el avión del jueves. Favor llenar
estos cinco formularios, favor cinco
fotos de frente.
El cronopio
viajero agradece, y de vuelta en su casa llena fervorosamente
los cinco formularios que le resultan complicadísimos,
aunque por suerte una vez llenado el primero no hay más
que copiar las mismas equivocaciones en los cuatro restantes. Después
este cronopio
va a un Fotomatón y se hace retratar en la forma
siguiente: las cinco
primeras fotos muy serio, y la última sacando
la lengua. Esta última el cronopio se la guarda para él y
está contentisimo con esa foto.
El jueves el
cronopio prepara las valijas desde temprano, es decir que
pone dos cepillos de dientes y un calidoscopio, y se
sienta a mirar mientras
su mujer llena las valijas con las cosas necesarias,
pero como su mujer es
tan cronopio como él, olvida siempre lo más
importante a pesar de lo cual tienen que sentarse encima para poder cerrarlas,
y en ese momento suena
el teléfono y la embajada avisa que ha habido
una equivocación y que deberían haber tomado el avión
del domingo anterior, con lo cual se suscita
un diálogo lleno de cortaplumas entre el cronopio
y la embajada, se oye el estallido de las valijas que al abrirse dejan
escapar osos de felpa y estrellas
de mar disecadas, y al final el avión saldrá
el próximo domingo y favor
cinco fotos de frente.
Sumamente perturbado
por el cariz que toman los acontecimientos,
el cronopio concurre a la embajada y apenas le han abierto
la puerta grita
con todas las amígdalas que él ya ha entregado
las cinco fotos junto con
los cinco formularios. Los empleados no le hacen mayor
caso y le dicen
que no se inquiete puesto que en realidad las fotos no
son tan necesarias,
pero que en cambio hay que conseguir en seguida un visado
checoslovaco, novedad que sobresalta violentamente al cronopio viajero.
Como es sabido, los cronopios son propensos a desanimarse por cualquier
cosa, de manera
que grandes lágrimas ruedan por sus mejillas mientras
suspira:
¡Cruel
embajada! Viaje malogrado, preparativos inútiles, favor
devolverme las fotos.
Pero no es
así, y dieciocho días más tarde el cronopio y su mujer
despegan en Orly y se posan en Praga después de
un viaje donde lo más sensacional es como de costumbre la bandeja
de plástico recubierta de maravillas que se comen y se beben, sin
contar el tubito de mostaza que
el cronopio guarda en el bolsillo del chaleco como recuerdo.
En Praga cunde
una modesta temperatura de quince bajo cero,
por lo cual el cronopio y su mujer
casi ni se mueven del hotel de tránsito donde personas incomprensibles
circulan por pasillos alfombrados. De
tarde se animan y toman un tranvía que los lleva
hasta el puente de Carlos,
y todo está tan nevado y
hay tantos niños y patos jugando en el hielo que
el cronopio y su mujer se toman
de las manos y bailan tregua y bailan
catala diciendo así:
Praga, ciudad legendaria, orgullo del centro de Europa!
Después
vuelven al hotel y esperan ansiosamente que vengan a buscarlos para
seguir el viaje, cosa que por milagro no sucede dos meses
más tarde sino al otro día.