Julio Cortázar
Rayuela
(fragmentos)
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68 - 120
1
Nunca te llevé
a que madame Léonie te mirara
la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que
leyera en tu mano alguna verdad terrible sobre
mí,
porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa
máquina de repeticiones, y lo que llamamos amarnos
fue quizá que yo estaba de pie delante de vos,
con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías
dos
velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras
una lenta lluvia de renuncias y
despedidas y tickets
de metro.
Como no sabías disimular me di cuenta en seguida
de que para verte
como yo quería era necesario empezar por cerrar
los ojos.
Yo aprovechaba para pensar en cosa inútiles, método
que había
empezado a practicar años atrás en un hospital
y que cada vez
me parecía más fecundo y necesario.
2
...la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá
más triste que esta paz
y este placer, un aire como de unicornio o isla, una
caída interminable
en la inmovilidad.
Cuántas palabras, cuántas nomenclaturas
para un mismo desconcierto.
A veces me convenzo de que la estupidez se llama triángulo,
de que
ocho por ocho es la locura o un perro.
3
Pero detrás de toda acción había
una protesta, porque todo hacer
significaba salir de para llegar a, o mover algo para
que estuviera aquí
y no allí, o entrar en esa casa en vez de no entrar
o entrar en la de al
lado, es decir que en todo acto había la admisión
de una carencia, de
algo no hecho todavía y que era posible hacer,
la protesta tácita frente
a la continua evidencia de la falta, de la merma, de
la parvedad del
presente. Creer que la acción podía colmar,
o que la suma de las
acciones podía realmente equivaler a una vida
digna de este nombre,
era una ilusión de moralista. Valía más
renunciar, porque la renuncia
a la acción era la protesta misma y no su máscara.
-Vos no podrías -dijo-. Vos
pensás demasiado antes de hacer nada.
-Parto del principio de que la reflexión
debe preceder a la acción,
bobalina.
-Partís del principio- dijo
la Maga-. Qué complicado. Vos sos como
un testigo, sos el que va al museo y mira los cuadros.
Quiero decir que
los cuadros están ahí y vos en el museo,
cerca y lejos al mismo tiempo.
Yo soy un cuadro, Rocamadour es un cuadro. Etienne es
un cuadro,
esta pieza es un cuadro. Vos creés que estás
en esta pieza pero no estás.
Vos estás mirando la pieza, no estás en
esta pieza.
7
Toco tu boca, con un dedo toco el borde
de tu boca, voy dibujándola
como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu
boca se
entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo
todo y
recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la
boca que mi
mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre
todas, con
soberana libertad elegida por mí para dibujarla
con mi mano en tu cara,
y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente
con
tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano
te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca
y entonces
jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más
de cerca y nuestros ojos
se agrandan, se acercan entre sí, se superponen
y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran
y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas
la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado
va y viene con un perfume
viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse
en tu pelo,
acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras
nos besamos
como si tuviéramos la boca llena de flores o de
peces, de movimientos
vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor
es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo
del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva
y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una
luna en el agua.
9
¿Y el Tiempo? Todo recomienza, no hay un absoluto.
Después hay que comer o descomer, todo vuelve a entrar en crisis.
El deseo cada tantas
horas, nunca demasiado diferente y cada vez otra cosa:
trampa del tiempo para crear las ilusiones. «Un amor como el fuego,
arder eternamente en la contemplación del Todo. Pero en seguida
se cae en un lenguaje desaforado.»
«Habría que inventar la bofetada dulce,
el puntapié de abejas.
Pero en este mundo las síntesis últimas
están por descubrirse...
17
-La cosidad es ese desagradable sentimiento de que allí
donde termina
nuestra presunción empieza nuestro castigo.
28
...una cercanía que la muerte, ese fósforo
que se apaga, iba a aniquilar
como ahora las caras, las formas, como el silencio se
cerraba otra vez
en torno al golpe allá arriba.
El alacrán clavándose el aguijón,
harto de ser un alacrán pero necesitando
de su alacranidad para acabar con el alacrán.
68
Apenas él
le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y
caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en
sustalos exasperantes.
Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas,
se enredaba en
un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse
de cara al nóvalo,
sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban,
se iban
apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como
el trimalciato
de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas
de cariaconcia.
Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento
dado ella
se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él
aproximara suavemente
sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un
ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto
era el clinón,
las esterfurosa convulcante de las mátricas, la
jadehollante embocapluvia
del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica
agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta
del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba
el troc, se vencían las marioplumas,
y todo se resolviraba en un profundo pínice, en
niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban
hasta el límite de las gunfias.
73
Sí, pero quién nos curará del fuego
sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette,
saliendo de los portales carcomidos,
de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame
las piedras y acecha
en los vanos de las puertas, cómo haremos para
lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar
aliada al tiempo y al
recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen
de este lado, y que
nos arderá dulcemente hasta calcinarlos.
Nuestra verdad posible tiene que ser invención,
es decir escritura,
literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura,
todas las turas
de este mundo. Los valores, turas, la santidad, una tura,
la sociedad,
una tura, el amor, pura tura, la belleza, tura de turas.
120
a la hora de la siesta todos dormían, era fácil
bajarse de la cama sin que
se despertara su madre, gatear hasta la puerta, salir
despacio oliendo con avidez la tierra húmeda del piso, escaparse
por la puerta hasta los pastizales del fondo; los sauces estaban llenos
de bichos-canasto, Ireneo elegía uno
bien grande, se sentaba al lado de un hormiguero y empezaba
a apretar
poco a poco el fondo del canasto hasta que el gusano
asomaba la cabeza
por la golilla sedosa, entonces había que tomarlo
delicadamente por la
piel del cuello como a un gato, tirar sin mucha fuerza
para no lastimarlo,
y el gusano ya estaba desnudo, retorciéndose cómicamente
en el aire;
Ireneo lo colocaba al lado del hormiguero y se instalaba
a la sombra,
boca abajo, esperando; a esa hora las hormigas negras
trabajaban furiosamente, cortando pasto y acarreando bichos muertos o vivos
de
todas partes, en seguida una exploradora avistaba el
gusano, su mole retorciéndose grotescamente, lo palpaba con las
antenas como si no
pudiera convencerse de tanta suerte, corría a
un lado y a otro rozando
las antenas de las otras hormigas, un minuto después
el gusano estaba rodeado, montado, inútilmente se retorcía
queriendo librarse de las pinzas
que se clavaban en su piel mientras las hormigas tiraban
en dirección del hormiguero, arrastrándolo, Ireneo gozaba
sobre todo de la perplejidad de
las hormigas cuando no podían hacer entrar el
gusano por la boca del hormiguero, el juego estaba en elegir un gusano
más grueso que la entrada
del hormiguero, las hormigas eran estúpidas y
no entendían, tiraban de
todos lados queriendo meter el gusano pero el gusano
se retorcía furiosamente, debía ser horrible lo que sentía,
las patas y las pinzas de
las hormigas en todo el cuerpo, en los ojos y la piel,
se debatía queriendo librarse y era peor porque venían más
hormigas, algunas realmente
rabiosas que le clavaban las pinzas y no soltaban hasta
conseguir que la
cara del gusano se fuera enterrando un poco en el pozo
del hormiguero,
y otras que venían del fondo debían estar
tirando con todas sus fuerzas
para meterlo, Ireneo hubiera querido poder estar también
dentro del
hormiguero para ver cómo las hormigas tiraban
del gusano metiéndole
las pinzas en los ojos y en la boca y tirando con todas
sus fuerzas hasta meterlo del todo, hasta llevárselo a las profundidades
y matarlo y comérselo
Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1963
La Habana, Casa de las Américas, 1969
Barcelona, Edhasa/ Sudamericana, 1977
México, Promexa, 1979
Barcelona, Bruguera, 1980
Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1980. (Edición de
Jaime Alazraki)
Barcelona, Edhasa, 1981
Madrid, Ediciones Alfaguara, 1984
Madrid, Ediciones Cátedra, 1984. (Edición
de Andrés Amorós)
Madrid, Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo, 1987
Bogotá, La oveja negra, 1987
Barcelona, Ediciones B. (libro de bolsillo), 1988
Buenos Aires, Editorial Sudamericana, Sudamericana/ Planeta,1989