Alejandra Pizarnik
La Condesa Sangrienta
Torturas Clásicas
... sus últimas
palabras, antes de deslizarse en el desfallecimiento
concluyente, eran: "Más, todavía más,
más fuerte!"
No siempre
el día era inocente, la noche culpable. Sucedía que
jóvenes costureras aportaban, durante las horas
diurnas, vestidos para la condesa, y esto era ocasión
de numerosas escenas de crueldad. Infaliblemente, Dorkó
hallaba defectos en la confección de las prendas y seleccionaba
a dos o tres cupables (en ese momento los ojos lóbregos
de
la condesa se ponían a relucir). Los castigos
a las costureritas --y a las
jóvenes sirvientas en general--
admitían variantes. Si la condesa estaba en
uno de sus excepcionales días de bondad, Dorkó
se limitaba a desnudar a
las culpables que continuaban trabajando
desnudas, bajo la mirada de la
condesa, en los aposentos llenos de gatos negros. Las
muchachas sobrellevaban con penoso asombro esta condena indolora pues nunca
hubieran creído en su posibilidad real. Oscuramente, debían
de sentirse terriblemente humilladas pues su desnudez las ingresaba en
una suerte
de tiempo animal realzado por la presencia "humana" de
la condesa perfectamente vestida que las contemplaba. Esta escena me llevó
a pensar
en la Muerte --la de las viejas alegorías; la
protagonista de la Danza de la Muerte. Desnudar es propio de la Muerte.
También lo es la incesante contemplación de las criaturas
por ella desposeídas. Pero hay más: el desfallecimiento sexual
nos obliga a gestos y expresiones del morir (jadeos
y estertores como de agonía; lamentos y quejidos
arrancados por el paroxismo). Si el acto sexual implica una suerte de muerte,
Erzébet
Báthory necesitaba de la muerte visible, elemental,
grosera, para poder,
a su vez, morir de esa muerte figurada que viene a ser
el orgasmo. Pero, ¿quién es la Muerte? Es la Dama que asola
y agosta cómo y dónde quiere.
Sí, y además es una definición posible
de la condesa Báthory. Nunca
nadie no quiso de tal modo envejecer, esto es: morir.
Por eso, tal vez, representaba y encarnaba a la Muerte. Porque, ¿cómo
ha de morir la
Muerte? Volvemos a las costureritas y a las sirvientas.
Si Erzébet
amanecía irascible, no se conformaba con cuadros
vivos, sino que: A la
que había robado una moneda le pagaba con la misma
moneda...
enrojecida al fuego, que la niña debía
apretar dentro de su mano. A la que había conversado mucho en horas
de trabajo, la misma condesa le cosía
la boca o, contrariamente, le abría la boca y
tiraba hasta que los labios se desgarraban. También empleaba el
atizador, con el que quemaba, al azar, mejillas, senos, lenguas... Cuando
los castigos eran ejecutados en el
aposento de Erzébet, se hacía necesario,
por la noche, esparcir grandes cantidades de ceniza en derredor del lecho
para que la noble dama
atravesara sin dificultad las vastas charcas de sangre.