Darío Jaramillo Agudelo
Fue aquel un tiempo oscuro, con el
color de la piel amoratada,
Días de cuero curtido, días
de sol afuera en el mundo de todos los demás.
Él sufría.
Y la dicha era imposible en aquel
reino de un helado miedo interminable.
Se sentía cobarde, pero necesitó
mucho valor, sin saberlo, para sobrevivir entonces,
Un coraje ciego actuaba por él,
Un frío coraje que por las
noches le arrancaba las lágrimas rabiosas.
Aprendió en esos días
que daba lo mismo perder o ganar,
Que importaba solamente saber con
claridad su horror,
Poder oír siempre esa secreta
voz de alerta,
Mantener viva la llama de su signo:
La música es la única cosa consistente.
Era el tiempo del desdén y
del pequeño sufrimiento diario.
Era el humillado, el gris, el triste.
En aquellos días de buen comportamiento
y mala conducta,
Él usaba los preceptos como
vestidos de otra talla,
y constantemente pecaba de pensamiento
y de deseo
y una mancha negra le oprimía
las costillas y le apretaba la garganta:
era la amenaza del infierno, el garfio
de la culpa, era saber que nunca volvería al estado de gracia,
y, ah, la única dicha de estar
solo,
encerrado en lugares oscuros, sobreponiéndole
una noche precaria a los días de propiedad ajena.
En aquellos años (hoy los recuerda
con cierta ira y el asombro de haber sobrevivido),
en aquellos años sin ternura,
en aquellos años sin sentirse amado,
en aquel frío entonces de de
santidad y mentira,
él esperaba sin llanto y soñaba
con luminosos lugares distantes,
con jardines, con calor animal y sol
y soledad,
soledad siempre, sin desolación
soñaba.
En aquellos días él
caminaba por las calles sin una canción que fuera suya,
el sin amor, el seco, el muy abandonado,
y él pervivía intrigado
por la curiosidad del día siguiente;
en esos días aprendió
a sonreír para sus adentros con una sonrisa
agradable y secreta.
Entonces el mundo tenía púas
y él no tenía conciencia de su cuerpo sin piso, ese lujoso
vacíode nervios y de carne:
fue aquél un tiempo de escalofríos
y aún no despertaba el fuego de su adentro:
él vivía los días
vencido por un rescoldo de esperanza, animado por la desdicha él
esperaba su mañana,
sabiendo como se saben esas cosas,
con las vísceras, su verdad más inútil:
estaba tan lastimado que ya no sería
feliz nunca,
0 que acaso su noche lo marcaba apenas
para una fugaz ebriedad del mundo
o para el hábito del desencanto.
En aquellos días él
no esperaba nada y esto lo libraba de toda decepción,
en aquellos días de ojos húmedos
y labios mordidos
él tenía toda la ternura
de su corazón dispuesta,
pero el sufrimento, la sustancia de
esos años,
convirtió su ternura en una
especie de indolencia;
ah, su corazón, ese cándido
reloj del desatino.
En aquel tiempo él tenía
héroes remotos, indescifrables intuiciones,
eran días sin codicia y él
construía la casa del alma en un desierto.
En aquellos días él
se comportaba muy juiciosamente
y manipulaba con sigilo su locura:
todo podía ser un juego, él lo sabía,
todo podía ser una broma pesada
que acabaría al azar una mañana.
Durante aquellos años sin ninguna
intimidad o abrazo,
él supo lo esencial de este
cuento y nunca le sivió para nada.
En aquellos días la radio sonaba
delante del ruido de la lluvia y lo demás era todo silencio,
absoluto silencio, y él permanecía
casi siempre quieto, con los ojos abiertos, sin pensar,
muerto de miedo.